El Cuento de los Foquitos

En la Escuela de Focos del diminuto pueblo cuyas casas se anidaban en un verde valle perdido entre escarpadas montañas, una gran cantidad de focos de variadas de formas y tamaños iban diariamente a clase, precisamente para aprender a brillar. El lema del prestigioso colegio se hallaba esculpido en el arco que unía dos imponentes pilares que, con su elegancia, enmarcaban el antiguo portón de la entrada: “Luceat et vinces”, voces latinas que en nuestro ilustre idioma castellano dirían “Brilla y vencerás”. 


La escuela había sido fundada por la gente del pueblo con el fin de que los focos que usaban en sus casas, edificios, iglesias y comercios aprendieran a brillar mejor.  “Los únicos focos que triunfan en esta vida son aquellos que brillan más”, era el efusivo mensaje de bienvenida que el director de la exclusiva escuela pronunciaba el primer día de clases. 


Se aproximaba la época navideña. El pueblo donde esta verdadera historia tuvo lugar era famoso por una bellísima celebración que, año tras año, engalanaba la plaza principal el 15 de diciembre. La celebración incluía la evento deportivo, un concurso de bailes andaluces, una feria de la comida, un grandioso festival de danza y un concurso de artesanías.


Dos semanas antes del gran día, acudieron a la Escuela de Focos varias personalidades del pueblo para escoger el foco que más les convendría para los respectivos eventos que ellos organizarían en el día 15. El director de la escuela dispuso que los focos se formaran en el patio de la escuela para que pudieran demostrar lo que habían aprendido y tuvieran el honor de ser seleccionados a alumbrar los tradicionales eventos de tan alta e importante fecha.


Un señor altísimo y distinguido, de reluciente calvicie, prominente barriga y gruesos lentes exclamó, “Soy el Profesor Rebotón, y estoy a cargo del torneo de basquetbol. Necesito un foco con mucha ponencia para que alumbre la cancha que montaremos en la plaza principal y en donde tendremos el campeonato de los barrios el día 15”.


Respondieron casi todos los focos, gritando “Yo, Profesor Rebotón”, “Soy el que más brilla, Profesor”, “Mi luz es la más blanca, Profesor”. 


Contestó el Profesor, tajantemente, “Silencio”.


Callaron todos, con excepción de pequeñísimo foco, quien con un casi imperceptible tono de voz, llamó al Profesor, “Yo también estoy interesado, Profesor Rebotón”. 


Dijo el Profesor, “¿Tú? ¿Cómo te llamas, foquito?”


El diminuto foco respondió, “Respondo al nombre de Brillín, Profesor Rebotón”.


El Profesor lo examinó por un momento y dijo, “¿Cómo crees, Brillín? Tu luz no serviría ni para alumbrar la mesa del vendedor de cacahuates”.  


Rieron todos los focos de la escuela, burlándose del pobre Brillín. El foquito no pudo aguantar su vergüenza, y soltó una leve lagrimita de luz que se escurrió por su redondo cuerpecito.


Escogió el Profesor Rebotón un esbelto y muy largo foto que, a su modo de ver, sería más que suficiente para alumbrar los apasionantes juegos que tendrían lugar ese año.


Al Profesor le siguió la Señora Bailántez, esbelta, elegante, distinguida, perfumada, enjoyada y muy pintada, a cuyo cargo estaba el concurso de baile andaluz. Anunció, “Necesito un foco reluciente para que el resplandor de los vestidos andaluces de mis bellas muchachas sea tan pronunciado, que ciegue por su intensidad a quienes estén presentes”.


Se repitió la historia. Todos los focos gritaron, pero le llamó mucho la atención a la Señora Bailántez la insistencia del más insignificante de todos. 


La Señora Bailántez amonestó al foquito, “Escuche que te llamas Brillín. Tu luz es tan pobre, que no podrías ayudarme. Se te agradece, pero necesito un foco muy potente”.


Rieron de Brillín otra vez, sin compasión ninguna, los demás focos. El pobre de Brillín apagó su luz con la esperanza de que nadie viera las ahora muy gruesas lágrimas de luz que lentamente se deslizaban por su esférica figura, repartiendo haces de pálida luz en al rodar sobre la cristalina piel del foquito.


Siguieron después del Chef Frijolini, bigotón, rechoncho y bonachón, quien después de entrevistar a varios poderosos focos, escogió al que, según él, sería adecuado para su gran feria de la comida. También respondió a Brillín, y de la misma manera que los anteriores personajes, le dijo que sería imposible contratarlo. El resultado fue tan desafortunado como los anteriores para el pequeñísimo foco, ya que, ante la pobre disciplina que pedía el Director de la escuela, todos los focos se burlaron otra vez del pequeño foquito.


Al Chef Frijolini, siguieron la Srita. Peineta, quien organizaría el festival de danza y la Sra. Barrosa, quien montaría la feria de artesanos. Ambas damas escogieron focos de gran tamaño y también tuvieron que explicarle a Brillín que para nada podrían utilizarse sus servicios.


El Director indicó que los focos que no habían sido escogidos podrían regresar a sus habitaciones. Así se disponían a hacerlo, cuando se oyó la tenue y cansada voz de una viejecita, quien dirigiéndose al Director, exclamó, “Sr. Director, este año, el ayuntamiento ha organizado un concurso especial para el que quisiera usar uno de sus focos”.


“Doña Dulcinia, qué gusto. ¿A qué concurso se refiere, Señora?”


“Uno que por primera vez se organiza en el pueblo. El ayuntamiento desea que sea una sorpresa”.


“Pues no pregunto más, para no echar a perder la sorpresa. Adelante, doña Dulcinia”.


La viejecita probó la luz de todos los focos, pero todos le parecieron demasiado brillantes. 


El Director estimaba mucho a la viejecita. La preguntó, “¿Pasa algo, doña Dulcinia?”


“Pues sí, Señor Director. Necesito un foco pequeño, que tenga una muy fina luz y que poco alumbre”.


“Debe Ud. saber que todos los focos de mi colegio se distinguen por su gran brillo. Toman clases todo el día para lograrlo”.


“¿Todos? ¿No tendrá usted alguno que no le funcione tan bien?”


“Bueno, pues sí, pero no lo distingo”.


Llorando desconsoladamente después de ser objeto de la burla de sus compañeros, Brillín se había retirado a una oscura esquina del patio de la escuela. No había escuchado las palabras de doña Dulcinia.


“Díganle a Brillín que venga”, ordenó el Sr. Director.


Llegó Brillín. Tuvo que soportar una vez más la burla de los demás alumnos de la escuela, quienes, socarrones, lo increparon, “¿Para qué te molestas?”, “Es inútli, Brillín”, “Te quedó mal el nombre, pues ni quisiera brillas”. 


Cuando la dulce viejecita examinó a Brillín, anunció sin vacilar,. “Perfecto. Me lo llevo”.


Brillín se sintió tan sorprendido como todos los demás focos de la escuela, quienes en esta ocasión, guardaron silencio. Brillín soltó un par de lágrimas de luz que, centelleantes, mostraban su profunda emoción. Por primera vez en mucho tiempo, el foquito se sintió satisfecho de sus esfuerzos en la escuela.


Doña Dulcinia le dijo al foquito, “Vas a ver, Brillín, que nos va a ir muy bien. No olvides lo que te digo”.


Para muchos de los pobladores, el único inconveniente del festival del 15 de diciembre es que todos los eventos tenían lugar a la misma hora. Era imposible acudir a más de uno de los interesantes espectáculos. Inútiles fueron los esfuerzos de los vecinos del pueblo, quienes  quisieron convencer al Ayuntamiento de cambiar el horario de las festividades.


La noche del día 15 de diciembre era fresca, agradable, con una brisa que lentamente bajaba de las montañas y cuyo dulcísimo aroma acariciaba las calles y plazas del pueblo. Era ésta una muy propicia ocasión para disfrutar de cualquiera de las opciones. La gente estaba intrigada, pues se había corrido la voz de que el ayuntamiento organizaría un nuevo evento esa noche. Las autoridades habían publicado anuncios en los que se invitaba a todos los pobladores a que, tan pronto terminarán los concursos y festivales que tradicionalmente se celebraban, acudieran a la explanada localizada frente al Palacio para presenciar el inicio de una nueva tradición.


Los focos escogidos para prestar su servicio cumplieron brillantemente con sus tareas. Los pobladores celebraron la muy digna iluminación de la cancha de basquetbol, del entarimado donde se coronó una bailaora que hizo vibrar a los ahí reunidos por su emotividad, del espacio bajo una gigantesca carpa que cobijó una muy memorable feria de la comida, del gran salón en el que se bailaron todo tipo de danzas tradicionales y del espacio al aire libre en el que los artesanos de la región orgullosos mostraron sus delicados tesoros. Al término de los célebres eventos, la gente se dirigió al Palacio, con innegable curiosidad de presenciar el nuevo concurso que el Ayuntamiento había anunciado.


En punto de las diez de la noche, se escuchó la sonora voz de la Primera Dama del Pueblo: la Muy Honorable Alcaldesa Municipal. “Es un honor para mí y para el Honorable Ayuntamiento que represento, contar con el honor de su gratísima presencia. Este año, decidimos iniciar lo que estamos seguros de que será una nueva y muy grata tradición: el Gran Concurso de los Nacimientos. En esta primera oportunidad, contamos con la participación de quince muy talentosos ciudadanos de nuestro querido pueblo. A todos se les dio un espacio de cuatro por cuatro metros para que construyeran su nacimiento. Invito ahora a todos ustedes a pasar al centro de exhibiciones del palacio de gobierno, para que admiren los quince Nacimientos. Anunciaremos al ganador en punto de las once de la noche”.


Se abrieron las puertas del palacio que conducían al centro de exhibiciones. Se podría decir que todos los moradores del entrañable pueblo estaban ahí reunidos, y todos ellos desfilaron con ansias de admirar los quince preciosos Nacimientos. El Ayuntamiento había colocado una pancarta en la que se explicaba que, según la tradición, fue San Francisco de Asís quien inició la preciosa tradición del Nacimiento o Belén, misma que fue introducida a España en el siglo XV y a las Américas, durante la Colonia. 


Los nacimientos eran bellísimos. Llamaban la atención, por su extravagancia, un par de creaciones.  Uno de ellos incluía un trenecito y varios dinosaurios, anacronismos que no dejaban de restarle belleza al original Belén. El autor aseguraba que no tenía ninguna esperanza de ganar el concurso, pero que había sido muy grato el participar.  Otro Belén tenía unos desproporcionados pastores que, por su descomunal tamaño, más bien parecían gigantes. “Más que la Navidad, más bien parece la historia de David y Goliat,” exclamó alguno de los visitantes. Aunque el creador del Nacimiento lo escuchó, se limitó a reír con la muchedumbre y a disfrutar del momento.


La opinión generalizada era que, con excepción de los dos Nacimientos arriba descritos, los otros trece eran serios contendientes a obtener el premio máximo.


Con un par de minutos de retraso después de las once de la noche, la Primera Dama pidió la palabra.  “Es hora de anunciar los tres primeros lugares en esta primera edición de este gran Concurso Anual de Nacimientos. En tercer lugar tenemos el Nacimiento del Señor Nazario Robles.” 


Todos aplaudieron al Señor Nazario, que pasó al estrado a recibir su diploma. Algo similar sucedió cuando el segundo puesto fue otorgado al Nacimiento de la Familia Montaño. 

 

Se hizo un silencio total. Todos esperando escuchar el nombre del ganador. La Primera Dama, señora educada, muy preparada, inteligente y de irrefutable distinción, exclamó entonces, “Tengo ahora el indiscutible honor de anunciar el premio mayor de nuestro primer Concurso de Nacimientos. Démosle todos un caluroso reconocimiento a la persona cuyo Nacimiento ha sido reconocido por los jueces como el más bello de todos: Doña Dulcinia”.


El foquito Brillín jamás se sintió tan satisfecho. Poco le importaba que su contribución al éxito de doña Dulcinia fuera la más insignificante, dado que había muchos otros focos muy brillantes en el Nacimiento de doña Dulcinia. 


Las entusiastas palmas del pueblo se escucharon en forma nutrida, premiando el esfuerzo de la viejecita, quien con paso lento se dirigió hacia el frente. Algún empleado del Ayuntamiento la auxilió a subir por la rampa que conducía al estrado, donde había sido invitada a estrechar la mano de los magistrados y recibir de manos de la Primera Dama, un reconocimiento.


Al llegar al centro del escenario, la Primera Dama le preguntó, “¿Qué nos puede usted decir, doña Dulcinia? ¿Por qué cree usted que le hayan otorgado el galardón?”


Pronunció la viejecita unas palabras que, por ser su voz tan débil, resultaron ininteligibles. En respuesta, la Primera Dama levantó los brazos para suplicar a la concurrencia que guardaran absoluto silencio. El público cooperó y dijo entonces la Primera Dama, “Continúe usted, doña Dulcinia, que ahora sí la podremos escuchar”.


Se oyó entonces, con gran claridad, el emocionado y siempre recordado mensaje de la anciana, “Agradezco a Ud., Primera Dama, a los jueces, y al público por esta gran distinción que no creo merecer. Estoy muy emocionada. Nunca en mi vida había ganado ningún premio, y recibir este reconocimiento hoy, día en que cumplo los noventa, ha sido mi mejor regalo”.


“¿Es su cumpleaños, doña Dulcinia? ¡Pues felicidades!” Se oyeron gritos congratulatorios en todos los rincones del gran salón.


Sonrío doña Dulcinea, y después de unos momentos, prosiguió, “Fíjense ustedes que tuve una gran bendición, pues me faltaba encontrar un foco que realmente reflejara lo que yo sentía en mi corazón. Buscaba la luz que iluminara el pesebre en forma digna. El foco que yo escogiera no podía ser tan brillante que pareciera un sol, pues el nacimiento del Niño Jesús sucede a medianoche. Tampoco podía ser tan apagado que apenas se distinguiera. Todos los focos que me encontré brillaban demasiado. El foco de mi pesebre necesitaba resplandecer mucho menos, para que se notara así la desoladora pobreza, el rudo y espantoso frío y lo apartado del paraje donde tuvo lugar la Navidad. Recordemos que José y María no pudieron encontrar alojamiento en esa gélida noche y que estaban totalmente desamparados. Era ése el contraste que yo ansiosamente buscaba y que tanto trabajo me costó por fin encontrar. Me tomó varios días, pero al fin, discurrí ir a la Escuela de Focos, donde me encontré con un foquito que todos habían rechazado pues, según se decía, era incapaz de brillar. Los jueces me han dicho que si por algo han premiado este Nacimiento, fue porque la presencia de ese mismo foquito que algunos desprecian inspira una compasión especial hacia el Recién Nacido que aquí yace en el pobre pesebre y sus desesperados padres, quienes seguramente sufrían dolorosamente, rodeados solamente por animales y por pastores a quienes ni siquiera conocían. Cuando encontré este foquito, supe enseguida que sería la respuesta a todas mis oraciones. Este foquito, que resultó ser el más valioso en mi Nacimiento, se llama Brillín. No soy yo quien merece un gran aplauso, sino él. ¡Gracias, Brillín!” 


Se escuchó un gran aplauso en respuesta a las palabras de agradecimiento de doña Dulcinia. 

Nunca jamás se había sentido el pequeño Brillín tan feliz. Doña Dulcinia caminó lentamente de regresó a su Nacimiento. Apago la anciana meticulosamente todos los focos de su Nacimiento, con excepción de Brillín, cuyo leve resplandor se convirtió en la única fuente de luz. Alguien apagó también todos los demás nacimientos y luces del Palacio. El efecto fue inusitado, memorable, y pleno de una profunda, única e indescriptible emoción. La solitaria fuente de luz en medio de todos los pobladores era la del diminuto Brillín, quien con su esfuerzo, pudo resaltar la soledad del modestísimo pesebre y la terrible fragilidad del Niño Jesús. Las palmas de los pobladores resonaron como pocas veces en las antiguas paredes del Palacio y pocos fueron los que pudieron contener sus lágrimas en ese inolvidable momento. 


Así concluyó el mejor día de la tierna vida del heroico Brillín: su conmovedor homenaje se sumó al que los fervorosos pobladores brindaron a doña Dulcinia. Quienes estaban más cercanos al Nacimiento creyeron percibir las suaves lágrimas que, cual chispitas de alegre luz, brotaban del dulce corazón del foquito y que hacían resplandecer con un especial fulgor las que abundantemente derramaba la dulce viejecita.


Rafael Moras, Sr., Septiembre 6, 2021.


Este cuentecito fue motivado por petición expresa de nuestro querido 

niño Mauricio Rodríguez, quien a sus seis años 

y junto a sus hermanitos Chuyito y Gladysita, parecen pasar un

buen rato oyendo estos cuentos. Este cuento está inspirado por ellos 

y a ellos está dedicado. Mau me pidió un día un nuevo cuento

donde los protagonistas fueran foquitos, y aquí está. 

Felicidades a sus papás, nuestros entrañables amigos Chuy y Gladys

por la bendición que son sus hijos, siempre tan simpáticos e inteligentes.