Sorpresas musicales producto de la ignorancia
Julio 2009
Es indudablemente un placer saber que al encender el aparato que en México conocemos tradicionalmente como "el radio" y que en otras tierras también hispanas se le llama "la radio", se puede siempre escuchar música clásica. Sucede invariablemente alguna de las contingencias que a continuación describo cuando al prender el aparato me encuentro con una pieza de música ya empezada y no cuento con la ventaja de oír decir al locutor el título y autor de la misma.
Reconozco la música y puedo nombrar todos sus pormenores
Pienso que conozco al autor aunque se me escape el título de la pieza. A veces me es posible, por ejemplo, reconocer el alegre y juguetón estilo de Mozart, el brillante sonido Wagner, los elegantísimos valses de Strauss, o los sublimes metales eslavos de Tchaikovski, aunque no sepa los detalles de la pieza. Es fácil-muy fácil-equivocarme. El incomparable Mozart y el prolífico Haydn (quien compuso más de un centenar de sinfonías) a veces tienen el mismo estilo. No conociendo la música, a veces confundo a Schubert, Suppe (¡cuya foto muestra una mirada de determinación que me recuerda a la mi abuelo Don Toribio!) y hasta Beethoven con sus contemporáneos. Errores propios son de los que no somos expertos.
Me doy cuenta de que he oído la música con anterioridad y me lamento de no poder nombrarla. Este evento, que a veces pienso que es augurio del mal de Alzheimer, lo encuentro con demasiada frecuencia. Me queda de consuelo el pensar que siempre he padecido de este mal (el de no reconocer alguna pieza), por lo que no creo realmente que tan joven haya contraído el triste mal que descubriera el sabio bávaro Alois Alzheimer hace más o menos un siglo.
Me parece nunca haber oído la música. Esta eventualidad, que es la que me sucede más habitualmente, me otorga, como las otras, la oportunidad de seguir escuchando o de cambiar de estación en busca de otros horizontes musicales.
Al escuchar tanta música que no conozco me percato de mi avasalladora ignorancia. Quisiera tener la memoria, capacidad, y categoría de Charlotte Walker o de Jack Walker. Este último señor es muy amigo de nuestros queridos Charlotte y Charles, y aunque no es su pariente, sí comparte con ellos—y con nosotros, por supuesto—un amor y devoción a la ópera que es difícil superar. Tanto Charlotte como Jack son excelentes conocedores y pueden acordarse de detalles casi inconcebibles como ¿Cuáles son las diez óperas grandes de Wagner? ¿Cómo se llamaba el asesino en Rigoletto? ¿Es bajo, barítono o tenor tal asesino? ¿Quién fue la soprano que por primera vez cantó Norma en la Metropolitana de Nueva York? O ¿Cuántos Dos de pecho se dan en la Hija del Regimiento? Es un genuino gusto el poder formular preguntas a Charlotte o a Jack dado que son grandes narradores y aparte porque uno sabe que casi todas las dudas serán contestadas con exactitud
Suppe
.Sorpresa agradable fue, por ejemplo, oír decir a Jack Walker que las primeras óperas de Wagner fueron “italianas”. Se refiere mi admirado y apreciable amigo no al idioma en que fueron escritas, sino al estilo que el joven Richard usara en aquellas épocas y que poco tenía que ver con el inimitable sonido Wagner. Las diez grandes son El Holandés Volador, Tannhauser, Lohengrin, Tristán e Isolda, Los Maestros Cantores de Núremberg, El Oro de Rín, La Valquiria, Sigfrido, el Ocaso de los Dioses, y Parsifal. Entre las anteriores está Rienzi, de la que—como en casi todas las demás—conozco solo la obertura. Esta última fue magistralmente interpretada por la banda y por la orquesta de la escuela de Ani--Mac Arthur High School—bajo la incomparable dirección del profesor John Goforth. En las dos ocasiones Rienzi fue premiada por un cerrado aplauso de un público que emocionado no pudo quedarse en sus asientos y de pie agradeció a los jóvenes y talentosos músicos su dedicación y pasión. Fue el queridísimo profesor Goforth quien también dirigiera con una enérgica y altiva batuta la brillantísima Barras y Estrellas, marcha que yo categorizaría como la mejor de toda la historia, seguida muy de cerca por la Radetzki y por cinco o seis del celebérrimo portugués americano John Philip Sousa, de tan gratísima memoria.
Nunca deja de sorprenderme Jack Walker, quien con su innegable sapience afirma que Carmen es una típica ópera italiana, a pesar de haber sido escrita por un francés y estar cantada en tan romántica lengua. El estilo de Carmen no tiene nada de francés, sino que emula a los italianos contemporáneos a Bizet.
Regresemos a la estación de radio. Otro regalo inesperado fue el oír los últimos tres minutos de una pieza coral, con acompañamiento orquestal y de piano, que me sorprendió por su extraordinaria alegría, fuerza, e incuestionable condición de Daniel Baremboim. Y grande era su compositor. Ansioso esperé a que terminada la pieza, Randy Anderson, decano de los cronistas de música clásica de San Antonio, con sosegada y suave voz exclamara “Beethoven: Fantasía Coral”. Debí haber adivinado que era Beethoven el autor de tan monumental triunfo dado que algo de la Novena Sinfonía se puede encontrar en la Fantasía. Sabemos que en su afán de agradar al público, en Diciembre de 1808, el gigante de Bonn ofreció en Viena un increíble concierto que incluyó las sinfonías Quinta y Sexta, el Concierto #4 para Piano, varios movimientos de una de sus misas, y el estreno de la Fantasía Coral. Beethoven, maestro de los finales, compuso un majestuoso cierre de la Fantasía. Lo que empieza con piano solo, cobra fuerza y emotividad al incorporársele metódica e incesantemente la orquesta, el coro, y las voces de varios solistas. Gracias a avances tecnológicos que sobrepasan mi corto entendimiento, experimenté la dicha de encontrar una grandiosa interpretación de la Fantasía, con el argentino Daniel Baremboim al piano y dirigiendo la formidable y distinguidísima Filarmónica de Berlín. Baremboim nació en Argentina en 1942 y tiene pasaportes argentino, español, e israelí. Causó revuelo este extraordinario pianista y director en Israel por ser el primero en tocar música del antisemita Wagner, que sin estar explícitamente prohibida en ese país, era considerada tabú.
Hay escritos que fluyen en forma lineal. Empiezan en un lugar, siguen su recorrido en forma lógica y directa, y terminan donde deben terminar. Este que el amable lector me hace el gran favor de leer no es uno de ellos. Me permito tomar una licencia literaria—quizás porque nunca he pretendido ser escritor— y regresar al tema de la mirada intrépida del ilustrísimo Franz von Suppe. Estupor me causó el saber que quien yo creía ser tan teutón como los más tudescos, fuese en realidad un orgullosísimo croata, y con nombre de pila Francesco Suppé Demelli. Este fue quien regaló al mundo la vibrante Obertura Poeta y Campesino, pieza que yo intentara tocar en mi juventud (y a veces también ahora, aunque muy pobremente) y que alguna vez tuve el atrevimiento de interpretar por radio en la estación de Fortín auspiciado por el profesor Centurión y su trío. Seguramente nos habrá acompañado a Fortín nuestro amigo de toda la vida, el recordado Profesor Trujillo, amigo de la familia de toda la vida.
Otro grande de la música, aunque éste del siglo XX, fue Sir Georg Solti, a quien mencionara hace poco por haber nacido en el mismo tiempo y en la misma población que el maestro Bela Bartok y el inspiradísimo Franz Lehar. Solti, cuyo nombre de pila fue György Stern, nació de padres judíos y adquirió reconocida fama a nivel mundial. Su gesto decidido también me acuerda mucho a Don Toribio. Por lo que puedo ver en los vídeos que puedo encontrar en el internet, en sus últimos años (murió de 85) su forma de moverse y la manera en que se dirigía a los músicos integrantes de su orquesta también me recuerdan mucho a mi abuelo. Pero no es sólo la mirada de determinación y tenacidad lo que me traen estos entrañables recuerdos, sino también su sonrisa que parece ser la que con tanto cariño siempre esbozaba el abuelo al contemplar a sus amados nietos quienes siempre correspondieron su cariño y lo quisieron como a un segundo padre. Serán ustedes los que tengan la última y seguramente más atinada opinión acerca del parecido de estos titanes musicales (uno dálmata al que habría que imaginarlo sin su descomunal barba y el otro judío húngaro), con el abuelo Toribio.
Mi abuelo,
Toribio Moras Diosdado
Sir George Solti