God Bless America       

  Nos parecía que el final de la misa de una de la tarde del 5 de julio podría ser emotivo.   Pensábamos romper una sólida tradición según la cual, nunca se había entonado un canto en inglés en nuestra celebración eucarística de los domingos. 

         La ocasión fue sin duda especial.  La “misa en español”, como le llamamos en la Iglesia de Holy Trinity, tenía un poco más de cinco años y medio de que la fundara el Obispo Óscar Cantú, quien su época, además de ser el obispo auxiliar de San Antonio, prestó sus servicios de señor cura en nuestra parroquia por un poco más de un año. Había quedado entendido, desde su inicio, que el idioma de la misa sería el castellano, y que era nuestra responsabilidad, como Coro, el evitar cantos en inglés y bilingües. Tal había sido un grave pero a la vez gratísimo cargo a seguir, pues el repertorio español es tan vasto, variado y prolífico como lo es en su belleza e inspiración.

         En la misa de una se escuchan melodías de todo tipo, aunque siempre en español. El más antiguo es quizás el santísimo canto de adoración “Cantemos al Señor”, que sigue emocionando a los feligreses como seguramente lo hizo en aquél lejano 1911 en el Congreso Eucarístico de Madrid, cuando se entonó por primera vez. La música del muy bendecido himno fue escrita por el distinguido compositor vasco Ignacio Busca de Saguistizábal, nacido en Zumárraga, Guipúzcoa, en 1867. En este pueblo vio también la luz el hidalgo capitán Diego López de Legazpi a principios del siglo XVI, quien entre otras hazaña fuera gobernador de la ciudad de México, en donde vivió cerca de 20 años, y quien luego fundara las ciudades de Cebú y Manila, en las Islas Filipinas.  La casa donde don Diego nació se conserva y es conocida como la Torre de Legazpi, aunque no es este el único monumento que nos recuerda su memoria, pues en la filipina localidad de Cebú, quien él fundara, se encuentra aún una magnífica estatua esculpida como homenaje a este célebre y emprendedor militar vasco. Me parece que el así conmemorar al fundador de una ciudad, independientemente de su origen, es un gesto apropiado y loable, y que bien habla de los moradores de cualquier urbe. No es éste, por cierto, un fenómeno que se pueda ver en mi natal México, país en el que no parece haber ningún monumento a los conquistadores hispanos. No quiero pecar de remiso u olvidadizo y debo mencionar que Zumárraga es también el lugar natal de Iñaki Urdangarín, de no muy grata memoria, esposo de la Infanta Cristina de España, y quien adquiriera prominencia mundial al ser acusado de hechos delictuosos y deplorablemente corruptos.

Pero regresemos a la plática sobre el dignísimo “Cantemos al Señor”, cuya letra es del Padre Restituto del Valle, gran poeta con dos apreciables apelativos: agustino y palentino.  Lo primero fue por pertenecer a esta centenaria orden y lo segundo por ser oriundo del románico, emblemático e inmortal Carreón de los Condes, punto gentil, distinguido y muy apuesto en el camino jacobeo y con arquitectura digna de ser visitada detenida y reverencialmente por el cansado peregrino quien encamina desde lejos sus cansados, meticulosos y siempre esperanzados pasos hacia Santiago. Carreón tiene varios albergues, pensiones, hostales, hoteles, y quizás también paradores, en donde el caminante puede pernoctar. Muy indispensable y no menos interesante sería el explorar las diferencias y similitudes entre estos tipos de establecimientos. Yo confieso ignorarlas pero también señalo que me ha quedado mucha curiosidad por averiguarlo ya sea desde aquí, sentado en mi cómodo sillón, o de una mucho más grata manera, visitando otra vez la entrañable tierra palentina.               

Como les comentaba antes de distraerme con asuntos vascos, novohispanos, filipinos y palentinos, la música de nuestra misa se entona en español. Tendemos a favorecer los cantos sentidos, emotivos, que dejan mensaje y llegan al corazón. Bien decía el siempre admirado y muy querido Padre Martín que el Coro es un importante eslabón en la liturgia eucarística. Y esto no quiere decir que rechacemos nosotros la alegría contagiosa de los cantos de entrada y de salida, mismos que hacen que los fieles participen con palmas y a veces hasta con algún grito de regocijo espiritual.  En esto creo que nuestra comunidad se distingue, por fortuna, de otras muchas en las que estas manifestaciones de gozo no son acostumbradas ni bienvenidas.  ¡Qué bendecidos hemos sido en pertenecer a esta familia “trinitaria” donde el fuego del Espíritu Santo se busca y se manifiesta en forma tan prolífica no solo en el cantar de los feligreses, sino en la forma en que nuestros amables y apasionados lectores proclaman con gran convicción y marcado apego las lecturas, en la que los ujieres, con amor y respeto, atienden a quien llega, y en la manera en que con tanta devoción, fe y caridad los ministros eucarísticos administran la Sagrada Eucaristía cada domingo!

         Hasta este domingo 5 de julio de 2015, la tradición de cantar en castellano había sido interrumpida solamente al entonar algún himno en alguno de los idiomas tradicionales de la Iglesia.  Recuerdo que alguna vez cantamos el Kirie en griego y, aunque no lo podría aseverar con seguridad, seguramente habremos también empleado el latín en alguna otra partes de la misa. Pero nunca el inglés.  

Yo me he sentido siempre muy a gusto en las misas que se celebran en inglés. Fue señaladamente bendecido el tiempo que dediqué como ministro musical a dos o tres coros en los que el “idioma oficial” era el de Shakespeare.  Sigo hoy disfrutando de innumerables cantos en esta lengua sajona.  No soy, sin embargo, muy afecto a los cantos bilingües en los que se mezclan palabras y frases de los dos idiomas.  Dicen que “en gustos se rompen géneros” y no cabe duda de que ese antiguo, preciso y siempre verdadero adagio se aplica también a cualquier cuestión de música.  Quizá me llegue el momento en que deba de afirmar el ser un devoto de la música católica bilingüe.  Quizá en ese instante tenga que usar un inteligente dicho que acabo de encontrar que reza, “Donde dije digo, ahora digo Diego”, o el otro que atestigua que, “Es de sabios cambiar de opinión”.  La verdad es que, hoy por hoy, sigo prefiriendo la música litúrgica cantada en un solo idioma.  

Pero en lugar de adentrarme en gusto musicales, quisiera contar la forma en que por fin se rompió la tradición.  Quizás sea también de interés el comentar cuál fue la reacción de los casi mil feligreses que acudieron a misa ese domingo, y quienes sin duda, a fuerza de la costumbre, jamás esperaron encontrar melodías en inglés en la guía de cantos que los amables y acomedidos ujieres repartieran a la entrada del templo antes de empezar la Eucaristía.

         La siempre previsora Lucy Tavira, quien hábilmente presta sus valiosos servicios de directora de los ministerios de música en nuestra parroquia, nos había enviado un correo a los encargados de los varios grupos y coros unas dos semanas antes del 5 de julio, recomendando que en ocasión de la celebración de la Independencia de los Estados Unidos, consideráramos entonar alguna composición con tinte patriótico. “America the Beautiful” fue citada como ejemplo.  No todas las recomendaciones de Lucy son acatadas por nuestro coro, sobretodo porque no siempre nos es posible conseguir buenas traducciones de los cantos en inglés que ella sugiere.  Muchas de las versiones en castellano de cantos en inglés que aparecen en el internet son de paupérrima calidad ya que contienen un número incorrecto de sílabas, acentos o énfasis ajenos al castellano, falta de sinalefas y también tristes anglicismos que no solo distraen al cantante y al feligrés, sino que hacen del canto una tarea impráctica, trabajosa y casi imposible.  Está entendido en la parroquia que en nuestra misa no siempre se van a entonar las composiciones que todos los demás grupos que cantan en inglés utilizan domingo a domingo.  

Al recibir el correo de Lucy, me vino a la mente que la sublime melodía de “God Bless America”, cantada en su bellísima, conmovedora e insustituible versión original, la de Irving Berlin, sería una excelente forma de romper con la tan querida tradición de casi seis años de cantar en castellano. Tomé la decisión entonces de consultar con integrantes de nuestro Coro la posibilidad de cantar “God Bless America” en inglés.

         Irving Berlin nació en Tiumén, la primera ciudad rusa en Siberia, el 11 de mayo de 1888 y murió el September 22, 1989 en Nueva York. Tiumén, cuya población en estos días rebasa fácilmente los 600,000 habitantes y ocupa las riberas del río Tura, un larguísimo caudal de la Siberia Occidental.  De origen judío, la familia del joven Berlin, como tantos otros europeos de aquellos tiempos, emigró a las Américas para escapar del hambre y la pobreza. Nacido Israel Isidore Beilin, su apellido fue cambiado un par de veces, primeramente a Baline, quizás para facilitar su escritura en Nueva York, y luego a Berlin.  De pequeño trabajó vendiendo periódicos y rápidamente descubrió que tenía la singular, sobresaliente, y casi inesperada capacidad de improvisar cantos en los que la letra eran las noticias del día, lo que casi siempre le valió el poder subir sus ventas.  Irving aprendió a tocar el piano en forma autodidacta y eventualmente dedicó su larga vida a la composición, teniendo un éxito fenomenal.  A la edad de 30 años fue llamado al servicio militar, y cuando en los medios de comunicación se habló de la desgracia que sería el tener que prescindir de sus talentos musicales, el Ejército americano explicó que su único trabajo sería el componer melodías en favor de las fuerzas armadas.  En 1919 compuso una obra de teatro en la que incluía el himno “God Bless America”, pero decidió al final el guardarlo para futuras ocasiones.   No fue hasta 1939 en que tal melodía fue presentada por primera vez. Incluyo aquí la letra de “God Bless America”, con una improvisada traducción:

 

While the storm clouds gather far across the sea,

Let us swear allegiance to a land that's free,

Let us all be grateful for a land so fair,

As we raise our voices in a solemn prayer.  

God Bless America, Land that I love.

Stand beside her, and guide her

Thru the night with a light from above.

From the mountains, to the prairies,

To the oceans, white with foam

God bless America, My home sweet home.

 

Mientras las tormentosas nubes se encumbran en alta mar

Juremos lealtad a esta tierra de libertad

Mostremos nuestro agradecimiento a esta tierra buena

Y cantemos unidos esta solemne oración.

Que Dios bendiga a los Estados Unidos de América, tierra querida.

Que en la noche la apoye y la guíe

Con la luz que brilla en las alturas.

De las montañas a las praderas

y a los océanos de blanquísima espuma

Que Dios bendiga a América, mi dulce hogar.

        

         No cabe duda que el reto de traducir una melodía de un idioma a otro se simplifica señaladamente cuando se hace libremente y sin prestar atención a críticos factores como el dracónico silabeo y la muy agradable e imprescindible esclavitud resultante de los acentos fonéticos, que han de coincidir implacablemente con los musicales.   

         Agradecido quedé con los integrantes del Coro, quienes incondicionalmente asintieron en emprender la aventura de cantar en inglés. Y aprovecho para aclarar que si nos tuviéramos que apegar a una de las definiciones otorgadas por la Real Academia del término “aventura”–Empresa de resultado incierto o que presenta riesgos, quizás no deberíamos utilizarlo, ya que todos los integrantes del nuestro coro son bilingües y el cantar en este idioma no implica riesgo, ni incertidumbre, ni vulnerabilidad alguna. En un muy mayor grado me complace otra descripción que ofrece la Academia en que se asevera que una aventura es un “acaecimiento, suceso o lance extraño”.  ¡Y vaya que nos parecía un poco extraño, cuando menos al pensar inicialmente en ello, el cantar en inglés en nuestra tradicional “misa en español”!

         Contando con la aprobación del Coro, pedí entonces permiso a Lucy y a nuestro pastor, Monseñor Mike, para romper con la tradición y cantar “God Bless America”, mismo que ambos otorgaron inmediatamente.  La única duda que nos quedaba tenía que ver con la reacción de los feligreses que acudirían a misa ese domingo.  La gran mayoría de los adultos en nuestra misa son nacidos en México, y también contamos con algunos muy distinguidos amigos americanos, guatemaltecos, puertorriqueños, venezolanos y colombianos, entre otros. La pregunta obligada era, “¿Cómo tomarán estos queridos hermanos nuestros el hecho de que cantaremos en inglés, con una letra que, entre otras cosas, contiene la sentencia, “let us pledge allegiance to a land that´s free”?  Especulábamos que los jóvenes no tendrían problema alguno en solidarizarse con el canto, ya que muchos de ellos son nacidos en los Estados Unidos y todos, por supuesto, van a la escuela en San Antonio. Pero, ¿Cuál sería la reacción de los nacidos en otras tierras?

         Después de la bendición final y del “Podéis ir en paz, la misa ha terminado”, que por cierto en latín se hubiese dicho “Ite, missa est”, llegó el momento de entonar el magnífico himno que acompañaría la procesión final.  Con palpable emoción se cantaron las primeras sílabas (While the storm clouds gather) de God Bless America no solamente por el coro, sino también por un gran número de feligreses.  Después de la radiante introducción en la que profesamos lealtad a nuestro país, la congregación entera, elevó al cielo la plegaria cuyas rimas iniciales rezan “God bless America, Land that I love”.  Y precioso fue, sin duda, el observar que nadie se movía de sus asientos.  Conmovedor fue el ver a tantas familia de inmigrantes cantar con señalado convencimiento y devoción “Stand beside her, and guide her, thru the night with a light from above.”  Vibrante fue el percatarse de que, emocionados, muchos hombres y mujeres expatriados, unidos todos por la fe católica y pisando juntos esta tierra agraciada, dejaban caer lágrimas de agradecimiento, de fe, de confianza en el Señor, y de solidaridad por la tierra de nuestros hijos.  No sé cuántos de nosotros pensamos en las montañas, las praderas, y los mares cargados de nívea espuma, pero todos unidos entonamos el dulce canto, levantando el grito: “God bless America, my home sweet home.”