Los Molinos de Campo de Criptana
Rafael Moras 2016
Hace más de cinco siglos
en la región de Criptana,
en Ciudad Real, la provincia,
allá en Castilla la Mancha,
treinta gigantes vivían,
todos de tremenda talla.
En los ricos sembradíos
de rico trigo y cebada,
los colosos, atareados,
las semillas cosechaban
para luego con paciencia
en sus manos triturarlas
y así tener fina harina
que con prodigiosa maña,
un gigante cocinero
en un horno transformaba
en pan caliente y sabroso
y que a todos convidaba.
Este formidable grupo
de gigantescos manchegos
tenía por jefe a un gran mago
cuyo nombre no recuerdo,
aunque muchos aseguran
que lo llamaban Pritero
y otros juran que realmente
su nombre era Floripieso.
Lo importante es que este mago,
muy talentoso, por cierto,
era de un gran corazón,
y sobrado de talento,
era siempre su tarea
hacer el bien en el pueblo.
Los formidables sansones
mostraban siempre respeto
a la autoridad suprema
del prodigioso hechicero.
Mas sucedió que una noche
de aquellos lejanos tiempos,
tuvo que ausentarse el Mago,
no sin decirle primero
a sus fieles mozallones,
“Me voy, pero pronto vuelvo,
mas mis órdenes son claras:
si llega algún forastero,
muy bien habrá que tratarlo,
para que parta contento
y de esta tierra manchega
se lleve el mejor recuerdo.
Me voy, pues, por unos días,
mas a mi regreso espero
encontrar aquí, en Criptana,
una gran paz y sosiego.”
Y marchóse presuroso
el portentoso hechicero.
Mas una de esas mañanas,
apareció en la vereda
que de los valles proviene
y que termina en la aldea,
montado en pobre rocín
y de escuálida silueta
un caballero emaciado
esgrimiendo una lanceta
y seguido a pocos pasos,
subido de mal manera
en un muy torpe borrico,
sin ocultar su sorpresa,
un aldeano regordete,
cabalgando siempre cerca.
Burlóse del caballero
un gigante, con presteza,
increpándolo a los gritos,
y no sin gran agudeza:
“¡Qué ridículos os veis!
¡Qué extravagante pareja!
¿Sois payasos de algún circo?
¡Vaya facha tan grotesca!”
Y vaya que fue espantosa
la tan singular escena,
pues el bravo caballero,
levantando la cabeza
y ofendido por las voces
que el gigante profiriera,
reaccionó bravíamente,
y echando gritos de guerra,
acometió al gran gigante
en temeraria faena.
Aquel valiente jinete
inició así la pelea
no sin antes pronunciar,
empuñando su rodela,
el nombre de su señora,
la graciosa Dulcinea.
Fue rápido el desenlace
del desigual altercado
en el que el buen caballero
y el famélico caballo,
al chocar con el coloso,
salieron ambos rodando
quedando al final maltrechos
en el escabroso campo.
Le ayudó su compañero,
tratando de levantarlo,
mas el triste caballero,
respondió casi en el acto,
lamentando que en la lucha
se hubiese despedazado
su lanza, por él preciada,
que se rompió ante el manazo
que al defenderse, el gigante
le propinara, indignado.
Y entonces dijo su amigo,
que dijo llamarse Sancho,
al valiente caballero
en tono desesperado
que no habían sido gigantes,
que tuviera más cuidado,
que eran molinos de viento,
los que él había desafiado.
Indicole el caballero,
que era Sancho el engañado,
y que, con toda certeza,
el sabio, Frestón, taimado,
había cambiado en molinos
a los gigantes malvados.
Escuchaban los titanes
el divertido intercambio
y casi todos reían
al ver al hombre en el asno,
al maltrecho caballero
y al caballo maltratado.
Se burlaron casi todos,
y así estuvieron un rato
y unos de ellos tanto rieron
que hasta llanto derramaron.
Otro gigante, gentil,
a quien llamaban Infanto,
intervino, conmovido,
y pidió, sin gran recato,
a los demás mozallones
que pararan en el acto
esas despreciables burlas,
mentando el nombre del Mago.
Dijo entonces convencido,
y con ardor señalado:
“A estos pobres forasteros
sin duda hemos maltratado.
Ayudémoslos, os pido,
y acatemos el mandato
que nuestro querido jefe,
al partir nos ha encargado.
Otros dos grandes colosos,
al buen Infanto apoyaron:
Sardinero fue el primero
quien con gritos denodados
suplicara a los burlones
que terminara el maltrato.
Burleta también habló,
con ahínco señalado,
pidiendo a sus compañeros
observar lo estipulado.
Mas siguieron las afrentas
y con ardor remarcado
se escucharon risotadas
mientras los muy agobiados
y maltrechos visitantes
iban, ridiculizados,
retirándose del pueblo,
con el orgullo aplastado
buscando otras aventuras
sin pensar en el descanso.
Mas los tres buenos gigantes
junto a ellos caminaron
consolándonos, solícitos,
procurando con su trato
lavar un poco la afrenta
y el insulto propinado.
Y dijo así Sardinero,
con señalado entusiasmo:
“Os pido perdón, señores,
por todo lo que ha pasado.
Sabed que entre los gigantes,
hay algunos bien portados.
Recordad hoy nuestros nombres.
Sardinero yo me llamo.
Este gigante es Burleta
y este otro se llama Infanto.”
Esto dijo con pasión
Sardinero, acompasado,
aunque no obtuvo respuesta
de aquel par tan vapuleado.
Y fue así que estos gigantes,
con patente desencanto
vieron cómo en esa tarde
de Criptana se marcharon
los extraños personajes
que ese pueblo visitaron.
Unos momentos después,
regresó el Mago a Criptana,
y mirando a los titanes,
exclamó de mala gana:
“Vi pasar a dos aldeanos,
con una triste mirada.
Uno de ellos, muy dolido,
ya ni siquiera montaba
el despaldado caballo
que infeliz le acompañaba.
Intenté prestar ayuda
mas no me dieron la cara.
Después de mucho logré
que su historia relataran,
y me contaron los hechos
que aquí en la bella Criptana,
sucedieron hace rato
en forma casi inhumana.
Adujeron que las burlas,
las risas, las carcajadas,
y las voces denigrantes,
les llegaron hasta el alma.
Difícil cuesta creerlo,
y el corazón se me inflama
al pensar que mis gigantes,
hayan hecho esta trastada.”
Y los titánicos súbditos
de aquel famoso hechicero
enmudecieron del todo
guardándole gran respeto.
Continuó el mago su queja:
“Esos buenos forasteros
me dijeron que, al marcharse,
sintieron un gran consuelo
pues tres gigantes, solícitos,
perdón a ellos le pidieron.
Me dieron ellos los nombres
con gran agradecimiento.
Infanto, Ven para acá.
Burleta, ¿Dónde te encuentro?
Y por último, ¿Qué esperas?
Acude aquí, Sardinero.”
Asombrados y dudosos,
con prontitud acudieron
los tres gigantes benévolos
al llamado de su dueño.
Siguió el portentoso Mago
hablando con mucho celo:
“En Criptana recibisteis
hoy a un par de forasteros.
Y los habéis recibido
con insultos canallescos.
A todos, mas no a estos tres,
a que os marchéis os condeno.
Quedad desde hoy desterrados.
Eso es lo que yo decreto.
¡No piséis jamás Criptana!
¡No regreséis a este pueblo!
Y a ti, Infanto, y a Burleta
y al amable Sardinero,
os premiaré con un don
que es de muchos el deseo.
Seréis desde hoy inmortales,
y por siempre el extranjero
que en Criptana nos visite
sentirá al vosotros veros
una señal de amistad,
el grato recibimiento
del castellano hacendoso,
del esforzado manchego,
del pastorcillo esmerado,
y de aquel gran caballero,
que por aquí cabalgara
seguido por su escudero.
Seguiréis siendo gigantes,
mas para evitar entuertos,
haré, por arte de magia
y por gran encantamiento,
que os confunda con molinos
todo aquél que llegue a veros”.
Esta historia es verdadera,
como lo fueron los hechos,
hazañas y valentía
del singular caballero
quien pisara, valeroso,
este terreno manchego
hace más de cinco siglos,
con afán aventurero,
audaz, osado, optimista,
y vivirá en mi recuerdo
por querer cambiar el mundo
con un gran convencimiento.
Hoy, el que llega a Criptana
es siempre bien recibido
por los tres viejos gigantes,
cuyos nombres yo repito.
Saludo a Infanto y Burleta,
titanes acomedidos,
afables, benevolentes,
que serán por siempre amigos
del inmortal Sardinero,
aquel gigante fornido.
Y aunque estos grandes colosos
mas bien parezcan molinos,
son los mismos que hace tiempo
en aquel pueblo querido
a Sancho y a Don Quijote
ofrecieron, cual amigos,
en un generoso gesto
apoyo confortativo.
Y aunque este grato episodio
de los gigantes benignos
no haya sido mencionado
ni fuese nunca incluido
por don Miguel de Cervantes
en el mejor de los libros
que en nuestro precioso idioma
jamás haya sido escrito,
no deja de ser verídico,
y queda aquí resumido.
7 de enero de 2016
Este romance fue inspirado
tras escuchar a mi papá
narrar, con sapiencia y gran maestría,
la existencia de los molinos de Criptana.
Muy impresionado quedé al escucharlo,
pues conocía mi papá
los nombres de Infanto,
Burleta y Sardinero.